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Jueves, 24 Marzo 2011 15: 52

Bailarines

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La danza involucra movimientos corporales rítmicos y con patrones, generalmente interpretados con música, que sirven como una forma de expresión o comunicación. Hay muchos tipos diferentes de bailes, incluidos ceremoniales, folclóricos, de salón, ballet clásico, danza moderna, jazz, flamenco, claqué, etc. Cada uno de estos tiene sus movimientos únicos y demandas físicas. El público asocia la danza con la gracia y el disfrute, pero muy pocas personas consideran la danza como una de las actividades atléticas más exigentes y extenuantes. Del 80 al 50% de las lesiones relacionadas con la danza se encuentran en las extremidades inferiores, de las cuales alrededor del 1986% se encuentran en el pie y el tobillo (Arheim 70). La mayoría de las lesiones son por sobreuso (alrededor del XNUMX%) y el resto son de tipo agudo (esguince de tobillo, fracturas, etc.).

La medicina de la danza es una profesión multidisciplinar porque las causas de las lesiones son multifactoriales y, por tanto, el tratamiento debe ser integral y tener en cuenta las necesidades específicas de los bailarines como artistas. El objetivo del tratamiento debe ser prevenir tensiones específicas potencialmente peligrosas, permitiendo al bailarín mantenerse activo, adquiriendo y perfeccionando la creatividad física y el bienestar psicológico.

El entrenamiento debe comenzar preferiblemente a una edad temprana para desarrollar fuerza y ​​flexibilidad. Sin embargo, un entrenamiento incorrecto provoca lesiones en los jóvenes bailarines. La técnica adecuada es la principal preocupación, ya que la postura incorrecta y otros malos hábitos y métodos de baile causarán deformidades permanentes y lesiones por uso excesivo (Hardaker 1987). Uno de los movimientos más básicos es el turn-out: apertura de los miembros inferiores hacia afuera. Esto debe tener lugar en las articulaciones de la cadera; si se fuerza más de la rotación externa anatómica que estas articulaciones permitirán, se producen compensaciones. Las compensaciones más comunes son el repliegue de los pies, la flexión interna de las rodillas y la hiperlordosis de la zona lumbar. Estas posiciones contribuyen a deformidades como el hallux valgus (desplazamiento del dedo gordo del pie hacia los otros dedos). También pueden producirse inflamaciones de tendones como el flexor hallucis longus (el tendón del dedo gordo del pie) y otros (Hamilton 1988; Sammarco 1982).

Ser consciente de las diferencias anatómicas individuales además de las cargas biomecánicas inusuales, como en la posición de punta (pararse sobre la punta de los dedos de los pies), permite tomar medidas para prevenir algunos de estos resultados no deseados (Teitz, Harrington y Wiley 1985).

El entorno de los bailarines tiene una gran influencia en su bienestar. Un suelo adecuado debe ser elástico y absorber los impactos para evitar traumatismos acumulativos en los pies, las piernas y la columna vertebral (Seals 1987). La temperatura y la humedad también influyen en el rendimiento. La dieta es un tema importante ya que los bailarines siempre están bajo presión para mantenerse delgados y verse ligeros y agradables (Calabrese, Kirkendal y Floyd 1983). El desajuste psicológico puede conducir a la anorexia o la bulimia.

El estrés psicológico puede contribuir a algunos trastornos hormonales, que pueden presentarse como amenorrea. La incidencia de fracturas por estrés y osteoporosis puede aumentar en bailarines con desequilibrio hormonal (Warren, Brooks-Gunn y Hamilton 1986). El estrés emocional debido a la competencia entre compañeros y la presión directa de los coreógrafos, maestros y directores pueden aumentar los problemas psicológicos (Schnitt y Schnitt 1987).

Un buen método de detección tanto para estudiantes como para bailarines profesionales debe detectar factores de riesgo psicológicos y físicos y evitar problemas.

Cualquier cambio en los niveles de actividad (ya sea el regreso de unas vacaciones, una enfermedad o un embarazo), la intensidad del trabajo (ensayos antes de una gira de estreno), el coreógrafo, el estilo o la técnica, o el entorno (como pisos, escenarios o incluso el tipo de zapatos de baile) hace el bailarín más vulnerable.

 

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